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Sacrificios para el Dios Azteca Huitzilopochtli

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Los aztecas practicaban el sacrificio de hombres, mujeres y niños en diferentes rituales. La mayor parte de los sacrificados eran prisioneros de guerra capturados durante alguna de las famosas Guerras Floridas. La manera más común de practicarla era la extracción del corazón palpitante de un cuerpo vivo; sin embargo, este ritual estaba reservado únicamente para Huitzilopochtli, dios del sol y la guerra.

¿Quién era este dios con tanta sed de sangre? Se sabe que era una deidad menor antes de que los aztecas se establecieran en el Valle de México. Una vez fundada la Gran Tenochtitlan uno de sus sacerdotes se abocó a reformar la religión sincretizándola con la del los pueblos circundantes, de tradficiones más antiguas. Junto con Tlaloc, dios de la lluvia de reciente adopción, Huitzilopochtli adquirió entonces el rango más importante.

Su nombre significa 'la izquierda del colibrí'. En la cosmogonía mesoamericana, el colibrí representa la fuerza de voluntad; el lado izquierdo corresponde al punto cardinal sur y a los colores del día azul y amarillo. Por lo tanto, Hutzilopochtli era el dios voluntarioso que moraba en el sur y como señor de la luz luchaba constante mente con la oscuridad.

Según la leyenda, su madre Coatlicue (la tierra) lo engendró cuando tocó una bola de plumas. La hermana mayor, Coyolxauhqui (la luna), creyendo que su madre había concebido de manera impura, organizó a sus hermanas las estrellas para matarla. Huitzilopochtli nace entonces, la decapita y desmembra a Coyolxauhqui y la recluye junto con las estrellas en el reino de la noche.

Los aztecas creían que cada tarde al ponerse el sol, la escena anterior ocurría una y otra vez. Así, era absolutamente necesario que un promedio de 60 prisioneros de guerra fueran sacrificados cada tarde. La sangre, específicamente del corazón,proveían al sol la fuerza y el valor para atravesar el abismo nocturno; para retronar victorioso al siguiente día. Otro ritual anual, curiosamente coinciente con la Navidad, se usaba para activar el ciclo estacional. Y uno más, cada 52 años permitía renovar el orden de las cosas.

Un día de 1521, al salir el sol, el poderoso Imperio Azteca había sucumbido; era el final de uno de esos periodos o ciclos de 52 años.